lunes, 12 de mayo de 2014

"El silencio en forma de manto estrellado" por Raúl Peña.




A Ángel, Tomás, Carlos, J. Arcas, J. Cáliz y a todos los buscadores de cimas.

 Hay palabras que se quedan marcadas en tu mente sin motivo aparente, pero que no se te olvidan desde que las escuchas por primera vez. Unas de esas fueron las que en su día escuchara en la homilía de un sacerdote al que tengo en mucha estima (Antonio J. Ordóñez) y que venían a decir que en la vida todos tenemos que atravesar nuestro particular desierto, como camino para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios (lo trascendente para el que lo prefiera, yo como creyente me quedo con lo primero). Aunque aparentemente estas palabras no tengan relación alguna con lo vivido en las últimas horas, cuando se realiza una carrera de larga distancia, uno tiene muchísimo tiempo para pensar en palabras como esas, y reflexionar y ya desde la salida me hacía sabedor que durante muchos kilómetros atravesaría un pequeño desierto, con cada paso, con cada Kilómetro.

 En 101 km y 21 horas hay tiempo para muchísimas cosas, en la salida el entusiasmo es desbordante, estas rodeado de miles de personas (mas de cinco mil marchadores), te preguntas si podrás alcanzar meta, te entran las dudas, se piensa sinceramente que haces allí, en fin podéis imaginar los sentimientos tan dispares que se tienen. Cuando van cayendo los kilómetros y el cansancio se va haciendo patente y los pequeños achaques van saliendo, también sale lo peor de cada uno, los sentimientos habituales ante una decepción, las ganas de abandonar incluso algún mal carácter, pero sobre todo salen cosas buenas, cosas positivas. Cualquier desconocido que pasa junto a ti en un momento de esos en los que paras para tomar aire, quizás incluso estando más dolorido que tú te pregunta si necesitas algo, si está todo bien o te da ánimo para decirte que está hecho queden 40 o 4 kilómetros. En definitiva sale nuestra humanidad.

 Pero no solo hay tiempo para este tipo de sentimientos, hay muchos kilómetros y muchas horas para la reflexión, para la transcendencia. Esto se hace patente conforme las horas caen, el esfuerzo se hace patente y el silencio en forma de manto estrellado, da paso a la algarabía de los primeros kilómetros, cuando miras hacia atrás o hacia delante y ves miles de luces parpadeantes que igual que tú siguen un mismo camino. Son momentos para pensar en las personas que quieres, en los que te acompañan cada día, en tu familia de una manera muy especial, pero sobre todo es tiempo de pensar en qué sentido tiene tu vida. Es una cosa que todo ser humano hace de vez en cuando, de formas diversas pero a mi manera de ver se penetra “ más en nuestro interior” cuando el esfuerzo y la fatiga física acompañan a la reflexión, bien sea cruzando desiertos o subiendo montañas, cruzando metas o alcanzando cimas, para así encontrar nuestro propio horizonte.

 Si a todo esto le sumas la compañía de cinco personas con las que habitualmente compartes espacios, en este caso los dolores, las rozaduras y el cansancio, se convierten en una experiencia inolvidable y aunque no puedas casi ponerte derecho ya piensas en la próxima, por supuesto que sin esperar que nadie lo entienda pero recomendando a todo el mundo que lo intente al menos una vez en su vida. 

 Y al final alcanzas meta, casí con ganas de llorar, emocionado y agradecido.

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